Muerte de un trabajador

Se escoñan con su sombra y cuecen su odio en cazuelas de barro
Son personas, un palmo más cerca de la verdad
Tienen hinchado el vientre y aguzada la mirada
De mañana cocean como perros, de noche se esparcen como agujas
Tienden en el suelo sus pellejos
Devoran sus manos sobre las mesas
Hacinan sus desdichas
Se miden centímetro a centímetro
Después se olvidan
Conservan un alfabeto bajo sus almohadas
para que no los halle la muerte
 
En mi pecho buscan balas
Hallan una, tocan las campanas
Hallan dos, se parten de risa
Hallan tres, me señalan con la lengua
Mi cuerpo deshacen diríase que buscan calor
Como cristales rotos reúnen desde abajo mis pasos
¡Ah, son tantos! ¡Ah, son tantas!
¡No puedo siquiera verlos!
¡No puedo siquiera escucharlos!
 
Bienaventurada la mujer cuyos labios rajó el frío
Porque ella nos dirá cómo nace un beso
Bienaventurado el hombre que trabaja en la ingeniería naval
Porque él nos legará los mares
Porque le contará cuentos a las marejadas
Bienaventurado el que no carga maletas
Porque nos cogerá de la mano
Bienaventurado el que se cayó porque se tropezó con los cordones
El que se enjuga las lágrimas en las guaguas
El que se cortó un dedo en una máquina
Porque ellos nos traerán agua y vino
Bienaventurada la panadera, bienaventurada la cocinera
Porque ellas alimentarán a nuestros hijos
Bienaventurada la modista, bienaventurada la costurera
Porque darán calor a nuestros cuerpos
Bienaventurado el ladrón, bienaventurado el atracador
Porque ellos compartirán justamente el tiempo
Bienaventurada la mujer que comete faltas de ortografía
Porque ella inventará la nueva gramática
Bienaventurada la poeta que lee a Vallejo
Porque ella convertirá nuestra palabra en alientos
 
Mírame, me tropecé de nuevo entre el gentío
Me estrujé los puños por la muerte de un trabajador
Traducción: Mario Domínguez Parra